En Tacubaya, México, D.F.,
el 10 de enero de 1925.
M. Ma. del Rosario Arrevillaga Escalada
El ángelus que rezaba al amanecer de cada día, el día 10 de enero de 1925 lo rezó ya en el cielo.
“El domingo, día 11, a las seis y media de la mañana celebró misa el P. Blanco, capellán de la Comunidad; todas las Esclavas rodeaban el féretro y las niñas en el Oratorio. Al terminar la celebración, el P. Blanco rezó unos responsos y después se dirigió a las Madres, recordando las virtudes de la M. Fundadora:
«su caridad sin precedentes; su modestia encantadora, su humildad sin límites, su misericordia que recordaba siempre al Divino Maestro, su generosidad sin igual, su dulzura, en fin, quizá la más hermosa de todas, pues arrebataba los corazones con solo que se acercaran a ella».
Y con emoción que impresionó a todas, empezó a recordar su benevolencia para con él mismo, trazando un retrato precioso de las cualidades morales de la Madre; para concluir así:
«¡Cómo no hemos de lamentar tu ausencia!, pero no; tú no nos dejas, ya no puedes dejarnos; aquí está tu Obra, tus hijas; todo queda y ese todo eres tú; es tu espíritu encarnado en ellas; es tu doctrina inculcada en sus corazones; es tu virtud sembrada en estas almas que, transidas de dolor, están aquí prontas a secundarte y a perpetuar tu magna empresa; y vosotras, hijas mías, no lloréis; no hay por qué entristecernos; tenéis la dicha de ser hijas de una madre sublime, de una gran santa, de un alma privilegiada, predilecta de Dios y de la Divina Infantita. ¡Adelante! Adelante, Reverenda Madre Almita, que hoy vas a representar a la que llamas Madre; en su memoria vive, para perpetuar su Obra, que Dios te dé la fortaleza que necesitas. ¡Adelante todas, muy sumisas, muy obedientes, muy respetuosas con esta Madrecita que ahora va a ser vuestra superiora en representación de Nuestra amadísima Madre. Perdonad, hijas mías, si, queriendo consolar vuestro dolor, os he abierto más la herida; pero yo soy así; mi corazón no sabe contenerse; yo me había propuesto no decir nada, pero ante estos restos que tanto veneramos, no he sido dueño de mí. Que Dios fortalezca a todas, que Él las consuele, que Él las ilumine y que la Divina Infantita que ha llevado a su esclavita predilecta al cielo, también abra sus brazos y os reciba en ellos para allí consolar tan grande y justo dolor como el que os embarga».”
(Diario de la Congregación, 11.1.1925, pp. 24r y 25)