DÍA VEINTICINCO
LILAS
Himno:
Tanto amor, para Ti
mi pecho encierra
que obsequiarte quisiera Madre mía.
Mas… ¿puede dar la tierra
algo digno de ti Virgen María?
¿Existirá algo en este bajo suelo
para ofrecer a la Santa de las santas
si tiene allá en el cielo
coros de serafines a sus plantas?.
Lucirían en tu trono esas
estrellas que vistas desde aquí nos maravillan,
junto a ti serían bellas
si con la luz de tus pupilas brillan.
¿Tendrían valor las perfumadas rosas…?
cierto es que son vistosos sus colores,
Pero… ¿serán hermosas
al lado de la reina de las flores?
¡Si al ver el sol tu rubia cabellera
de ella recoge todos sus fulgores,
y la celeste esfera
a Ti debe sus puros resplandores!
Si de tu frente toma su pureza
el blanco lirio que entre espinas crece,
y toda su belleza
junto a la tuya, ¡oh Niña, desparece!
Si no tienen medida
¡oh Madre de mi amor tus perfecciones!
por eso en este mes que es todo tuyo
recibe nuestro amor, nuestro desvelo,
y sírvate de arrullo
nuestra oración que se levanta al cielo.
FLOR DEL DÍA:
Al pueblo de Israel en el desierto
Milagroso maná lo alimentaba;
Sin ese don de Dios hubiera muerto
La gente que a Moisés acompañaba.
Antes que el sol brillara, cual rocío,
Del cielo descendía lluvia bendita,
Que el Señor bondadoso, dulce y pío,
Enviaba en vez de pan al israelita.
A su necesidad nada faltaba;
Tuvieron agua de la roca dura;
Y sin embargo, el pueblo suspiraba
Por sus ollas de Egipto ¡Qué amargura!
Siempre se manifiesta ingrato el hombre
A los favores que le otorga el cielo.
Terrible ingratitud; no tiene nombre,
Pero es herencia en nuestro triste suelo.
Es legado de Adán; su descendencia
Tuvo que ser rebelde, dura, ingrata;
El castigo a su falta de obediencia
En sus enfermos hijos se retrata.
Pero Dios siempre noble y generoso,
Por amor, el ultraje pronto olvida,
Y abriendo el mar de su bondad, ansioso
Nos da paso y defiende nuestra vida.
El enemigo sin cesar nos cerca;
Es poderoso y la victoria ansía,
Mas cuando ve el Señor que ya se acerca,
Hunde sus fuerzas en la mar bravía.
No tenemos nosotros, desterrados,
Al cruzar el desierto de la vida,
Que envidiar a los hijos regalados
En busca de la tierra prometida.
Ellos tuvieron a Moisés por guía
En aquellos desiertos arenales,
Y nosotros tenemos a María
Defensora y sostén en nuestros males.
Ellos probaron celestial sustento,
Se alimentaron del maná bendito;
Nosotros el augusto Sacramento
Y en él al mismo Dios, al Infinito.
La vara de Moisés tocó la roca
Y brotó el agua de la piedra esquiva.
Nosotros, al secarse nuestra boca
Encontramos raudales de agua viva.
Del agua aquella que el Divino Esposo
Ofreció a la gentil samaritana;
Del agua bienhechora que el reposo
Nos ofrece el día de hoy y el de mañana.
En la roca de Oreb, raro portento
Se obró para los míseros mortales;
En la roca del Gólgota sangriento
Se obraron maravillas a raudales.
Por eso, hermosa y celestial María,
Te aclamamos a ti por Soberana.
Fuiste ahí Madre bondadosa y pía
Cuando se obró la redención humana.
Tú nos diste el maná que diariamente
Nos infunde de valor, nos da la gracia
Tú eres la limpia y generosa fuente
Donde su sed el peregrino sacia.
Tú nos ofreces con tu amor por guía
Indicarnos la senda que va al cielo.
Tierra de promisión. Dulce María
Tierra de bendiciones y consuelos.
Tú nos señalas con tu cetro de oro
De tu palacio la dorada puerta,
Y tras ella el riquísimo tesoro
Que gozara el mortal que la halle abierta.
Y al ofrecernos el maná deseado,
Nos dices “huye del Egipto inmundo”
Y sin pensar jamás en el pasado
Vuelve la espalda al mentiroso mundo.
Conságrate al Señor en cuerpo y alma,
En su poder y protección confía,
Y te prometo deslumbrante palma
En su patria bendita que es la mía.
Así lo haré Niñita encantadora
Renuncio al mundo y a su pompa vana,
Renuncio a la serpiente engañadora,
Y aquí hallaré el maná por la mañana.
En prenda ¡oh Niña! De favor sincero
Hoy te ofrezco estas lilas perfumadas;
Son emblema de amor, de amor primero
Y por eso a ti quedan consagradas.
ORACIÓN FINAL:
Ave María, Gloria al Padre
De amores llena te traigo el alma,
Niña preciosa, dulce ilusión.
recibe ¡oh Reina, de mis amores
del alma nuestra, muy pobre don.
Niña celeste, del mundo encanto;
jarrón de flores tu pecho es,
permite ¡oh Reina!, que en él coloque la flor que ves.
Ave María, Gloria al Padre
Ellas te canten, Niña querida,
endechas tiernas de nuestro amor
dulces cantares de amor divino,
pura alabanza, grato loor,
mientras el alma con triste pena
ya se despide, adiós, adiós.