CAPÍTULO 4
LA CONVERSIÓN PARA UNA SINODALIDAD RENOVADA
103. La sinodalidad está ordenada a animar la vida y la misión evangelizadora de la Iglesia en unión y bajo la guía del Señor Jesús que prometió: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos» (Mt18,20), «Miren, Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt28,20). La renovación sinodal de la Iglesia pasa indudablemente a través de la revitalización de las estructuras sinodales, pero ante todo se expresa en la respuesta a la gratuita llamada de Dios a vivir como su Pueblo que camina en la historia hacia la consumación del Reino. En este capítulo se destacan algunas expresiones específicas de esta respuesta: la formación para la espiritualidad de comunión y la práctica de la escucha, del diálogo y del discernimiento comunitario; la relevancia para el camino ecuménico y para una diakonía profética en la construcción de un ethos social fraterno, solidario e inclusivo.
4.1 Para la renovación sinodal de la vida y de la misión de la Iglesia
104. «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación»[130]. Por lo tanto, en el cumplimiento de su misión, la Iglesia está llamada a una constante conversión que es también una «conversión pastoral y misionera», consistente en una renovación de mentalidad, de actitudes, de prácticas y de estructuras, para ser cada vez más fiel a su vocación[131]. Una mentalidad eclesial plasmada por la conciencia sinodal acoge gozosamente y promueve la gracia en virtud de la cual todos los Bautizados son habilitados y llamados a ser discípulos misioneros. El gran desafío para la conversión pastoral que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de «un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones»[132].
105. La conversión pastoral para la puesta en práctica de la sinodalidad exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión. Entre ellos: la concentración de la responsabilidad de la misión en el ministerio de los Pastores; el insuficiente aprecio de la vida consagrada y de los dones carismáticos; la escasa valoración del aporte específico cualificado, en su ámbito de competencia, de los fieles laicos, y entre ellos, de las mujeres.
106. En la perspectiva de la comunión y de la puesta en acto de la sinodalidad, se pueden señalar algunas líneas fundamentales de orientación en la acción pastoral:
a. la activación, a partir de la Iglesia particular y en todos los niveles, de la circularidad entre el ministerio de los Pastores, la participación y corresponsabilidad de los laicos, los impulsosprovenientes de los dones carismáticos según la circularidad dinámica entre “uno”, “algunos” y “todos”;
b. la integración entre el ejercicio de la colegialidad de los Pastores y la sinodalidad vivida por todo el Pueblo de Dios como expresión de la comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal;
c. el ejercicio del ministerio petrino de unidad y de guía de la Iglesia universal por parte del Obispo de Roma en la comunión con todas las Iglesias particulares, en sinergia con el ministerio colegial de los Obispos y el camino sinodal del Pueblo de Dios;
d. la apertura de la Iglesia católica hacia las otras Iglesias y Comunidades eclesiales en el compromiso irreversible de caminar juntos hacia la plena unidad en la diversidad reconciliada de las respectivas tradiciones;
e. la diaconía social y el diálogo constructivo con los hombres y las mujeres de las diversas confesiones religiosas y convicciones para realizar juntos una cultura del encuentro.
4.2. La espiritualidad de la comunión y la formación para la vida sinodal
107. El ethos de la Iglesia Pueblo de Dios convocado por el Padre y guiado por el Espíritu Santo para formar en Cristo «un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»[133] sale de sí mismo y se alimenta de la conversión personal a la espiritualidad de comunión[134]. Todos los miembros de la Iglesia están llamados a acogerla como don y compromiso del Espíritu que se ejercita en la docilidad a sus impulsos, para educarse a vivir en la comunión la gracia recibida en el Bautismo y llevada a cumplimiento por la Eucaristía: el tránsito pascual del “yo” entendido de manera individualista al “nosotros” eclesial, en el que cada “yo”, estando revestido de Cristo (cfr. Gál 2,20), vive y camina con los hermanos y las hermanas como sujeto responsable y activo en la única misión del Pueblo de Dios.
De aquí brota la exigencia de que la Iglesia llegue a ser «la casa y la escuela de la comunión»[135]. Sin conversión del corazón y de la mente, y sin un adiestramiento ascético en la acogida y la escucha recíproca, de muy poco servirían los mecanismos exteriores de comunión, que podrían hasta transformarse en simples máscaras sin corazón ni rostro. «Así como la prudencia jurídica, poniendo reglas precisas para la participación, manifiesta la estructura jerárquica de la Iglesia y evita tentaciones de arbitrariedad y pretensiones injustificadas, la espiritualidad de la comunión da un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios»[136].
108. Las mismas disposiciones que se requieren para vivir y madurar el sensus fidei, con el que están marcados todos los creyentes, se requieren para ejercerlo en el camino sinodal. Se trata de un punto esencial en la formación del espíritu sinodal, desde el momento que estamos viviendo en un ambiente cultural en el que las exigencias del Evangelio y también las virtudes humanas a menudo no son objeto de aprecio y de educación adecuada[137]. Entre estas disposiciones conviene recordar: la participación en la vida de la Iglesia centrada en la Eucaristía y en el Sacramento de la Reconciliación; el ejercicio de la escucha de la Palabra de Dios para entrar en diálogo con ella y traducirla en actos de la vida; la adhesión al Magisterio en sus enseñanzas de fe y moral; la conciencia de que unos son miembros de los otros como Cuerpo de Cristo y de ser enviados a los hermanos, comenzando por los más pobres y marginados. Se trata de comportamientos compendiados en la fórmula sentire cum Ecclesia: este «sentir, experimentar y percibir en armonía con la Iglesia» que «une a todos los miembros del Pueblo de Dios en su peregrinación» y es «la clave de su “caminar juntos”»[138]. Concretamente, se trata de hacer emerger la espiritualidad de comunión «como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades»[139].
109. La asamblea eucarística es la fuente y el paradigma de la espiritualidad de comunión. En ella se manifiestan los elementos específicos de la vida cristiana destinados a plasmar el affectus sinodalis.
a. La invocación de la Trinidad. La asamblea eucarística comienza con la invocación de la Santísima Trinidad. Convocada por el Padre, en virtud de la Eucaristía, la Iglesia llega a ser, con la efusión del Espíritu Santo, el sacramento viviente de Cristo: «Donde están dos o más reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (cfr. Mt18,19). La unidad de la Santísima Trinidad en la comunión de las tres divinas Personas se manifiesta en la comunidad cristiana llamada a vivir «la unión… en la verdad y en la caridad»[140], mediante el ejercicio de los respectivos dones y carismas recibidos del Espíritu Santo, en vista del bien común.
b. La reconciliación. La asamblea eucarística propicia la comunión mediante la reconciliación con Dios y con los hermanos. La confessio peccati celebra el amor misericordioso del Padre y expresa la voluntad de no seguir el camino de la división causada por el pecado, sino el de la unidad: «Si cuando presentas tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deberás ir a reconciliarte primero con tu hermano; después presenta tu ofrenda» (Mt5,23-24). Los acontecimientos sinodales implican el reconocimiento de las propias fragilidades y el pedido recíproco del perdón. La reconciliación es el camino para vivir la nueva evangelización.
c. La escucha de la Palabra de Dios. En la asamblea eucarística se escucha la Palabra para recibir el mensaje e iluminar con él el camino. Se aprende a escuchar la voz de Dios meditando la Escritura, especialmente el Evangelio, celebrando los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, acogiendo a los hermanos, en especial a los pobres. El que ejerce el ministerio pastoral y está llamado a partir el pan de la Palabra junto con el Pan eucarístico, debe conocer la vida de la comunidad para comunicar el mensaje de Dios en la circunstancia y en la hora en que ella vive. La estructura dialógica de la liturgia eucarística es el paradigma del discernimiento comunitario: antes de escucharse unos a otros, los discípulos deben escuchar la Palabra.
d. La comunión. La Eucaristía «crea comunión y propicia la comunión» con Dios y con los hermanos[141]. Originada en Cristo mediante el Espíritu Santo, la comunión es participada por hombres y mujeres que, teniendo la misma dignidad de Bautizados, reciben del Padre y ejercen con responsabilidad diversas vocaciones –que tienen como fuente el Bautismo, la Confirmación, el Orden sagrado y dones específicos del Espíritu Santo– para formar con la multitud de los miembros un solo Cuerpo. La rica y libre convergencia de esta pluralidad en la unidad es lo que se activa en los acontecimientos sinodales.
e. La misión. Ite, missa est. La comunión realizada por la Eucaristía impulsa hacia la misión. El que participa del Cuerpo de Cristo está llamado a compartir la alegre experiencia con todos. Cada acontecimiento sinodal estimula a la Iglesia para que salga del campamento (cfr. Heb13,13) para llevar a Cristo a los hombres que esperan su salvación. San Agustín afirma que debemos «tener un solo corazón y una sola alma en el camino hacia Dios»[142]. La unidad de la comunidad no es verdadera sin este télos interior que la guía a lo largo de los senderos del tiempo hacia la meta escatológica de «Dios todo en todos» (cfr. 1 Cor 15,28). Es necesario dejarse interpelar siempre por la pregunta: ¿Cómo podemos ser verdaderamente Iglesia sinodal si no vivimos “en salida” hacia todos para ir juntos hacia Dios?
4.3. La escucha y el diálogo para el discernimiento comunitario
110. La vida sinodal de la Iglesia se realiza gracias a una efectiva comunicación de fe, vida y compromiso misionero puesta en acción entre todos sus miembros. En ella se manifiesta la communio sanctorum que vive de la oración, se alimenta de los Sacramentos, florece en el amor recíproco y hacia todos, crece en la participación de alegrías y pruebas de la Esposa de Cristo. En el camino sinodal la comunicación está llamada a explicitarse mediante la escucha comunitaria de la Palabra de Dios para conocer «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap2,29). «Una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha (…) Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: cada uno escuchando a los otros; y todos escuchando al Espíritu Santo»[143].
111. El diálogo sinodal implica valor tanto en el hablar como en el escuchar. No se trata de trabarse en un debate en el que un interlocutor intenta imponerse sobre los otros o de refutar sus posiciones con argumentos contundentes, sino de expresar con respeto cuanto, en conciencia, se percibe que ha sido sugerido por el Espíritu Santo como útil en vista del discernimiento comunitario, al mismo tiempo que abierto a cuanto, en las posiciones de los otros, es sugerido por el mismo Espíritu «para el bien común» (cfr. 1 Cor 12,7).
El criterio según el cual «la unidad prevalece sobre el conflicto» vale en forma específica para el ejercicio del diálogo, para tratar la diversidad de opiniones y de experiencias, para aprender «un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», haciendo posible el desarrollo de «una comunión en las diferencias»[144]. En efecto, el diálogo ofrece la oportunidad de adquirir nuevas perspectivas y nuevos puntos de vista para iluminar el examen del tema que se está tratando.
Se trata de ejercitar «un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro o visión común de todas las cosas»[145]. Para el Beato Pablo VI el verdadero diálogo es «un arte de comunicación espiritual»[146] que exige actitudes específicas: el amor, el respeto, la confianza y la prudencia[147], «El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, es servicio»[148]. Como subraya Benedicto XVI: «la verdades “lógos”que crea“diá-logos” y, por tanto, comunicación y comunión»[149].
112. Una actitud esencial en el diálogo sinodal es la humildad, que propicia la obediencia de cada uno a la voluntad de Dios y la recíproca obediencia en Cristo[150]. El apóstol Pablo, en la carta a los Filipenses, ilustra el significado y la dinámica en relación con la vida de comunión como «tener el mismo sentir (φρόνησης), el mismo amor (ἁγάπη), siendo una sola alma y pensando lo mismo» (2,2). Él tiene en cuenta las dos tentaciones que socavan las bases de la vida de la comunidad: el espíritu de partido (ἐριθεία) y la vanagloria (κενοδοξία) (2,3a). Se debe tener, en cambio, la actitud de humildad (ταπεινοφροσύνῃ): sea considerando a los demás como superiores a sí mismo, sea poniendo en primer lugar el bien y los intereses comunes (2,3b-4). Pablo remite todo a Aquel en quien por la fe ellos forman comunidad: «piensen y realicen entre ustedes lo que (hay) también en Cristo Jesús» (2,5). La φρόνησης de los discípulos debe ser la que se recibe del Padre en el «estar en Cristo». La kenosis de Cristo (2,7-10) es la forma radical de su obediencia al Padre y para los discípulos es la llamada a sentir, pensar y discernir juntos, con humildad, la voluntad de Dios en el seguimiento del Maestro y Señor.
113. El ejercicio del discernimiento está en el centro de los procesos y acontecimientos sinodales. Así ha sucedido siempre en la vida sinodal de la Iglesia. La eclesiología de comunión es la específica espiritualidad y praxis que involucrando en la misión a todo el Pueblo de Dios, hacen que «hoy sea más necesario que nunca (…) educarse en los principios y métodos de un discernimiento no sólo personal sino también comunitario»[151]. Se trata de determinar y recorrer como Iglesia, mediante la interpretación teologal de los signos de los tiempos bajo la guía del Espíritu Santo, el camino a seguir en el servicio del designio de Dios escatológicamente realizado en Cristo[152] que se debe actualizar en cada kairós de la historia[153]. El discernimiento comunitario permite descubrir una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada[154].
114. El discernimiento comunitario implica la escucha atenta y valiente de los «gemidos del Espíritu» (cfr. Rom 8,26) que se abren camino a través del grito, explícito o también mudo, que brota del Pueblo de Dios: «escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama»[155]. Los discípulos de Cristo deben ser «contemplativos de la Palabra y también contemplativos del pueblo»[156]. El discernimiento se debe realizar en un espacio de oración, de meditación, de reflexión y del estudio necesario para escuchar la voz del Espíritu; mediante un diálogo sincero, sereno y objetivo con los hermanos y las hermanas, atendiendo a las experiencias y problemas reales de cada comunidad y de cada situación; en el intercambio de los dones y en la convergencia de todas las energías en vista a la edificación del Cuerpo de Cristo y del anuncio del Evangelio; en el crisol de la purificación de los afectos y pensamientos que permite entender la voluntad del Señor; en la búsqueda de la liberación evangélica de cualquier obstáculo que pueda impedir la apertura al Espíritu.
4.4. Sinodalidad y camino ecuménico
115.El Concilio Vaticano II enseña que la Iglesia católica, en la que subsiste la Iglesia una y universal de Cristo[157], se reconoce unida por muchas razones con todos los bautizados[158] y que «el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas (las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales) como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia»[159]. De aquí se origina el compromiso de los fieles católicos de caminar junto con los otros cristianos hacia la unidad plena y visible en la presencia del Señor Crucificado y Resucitado: el único que puede suturar las heridas infligidas a su Cuerpo a lo largo de la historia y de reconciliar con el don del Espíritu las diferencias según la verdad en el amor.
El compromiso ecuménico recorre un camino que involucra a todo el Pueblo de Dios y exige la conversión del corazón y la apertura recíproca para derribar los muros de desconfianza que desde siglos separan a los cristianos entre ellos, para descubrir, compartir y gozar de las muchas riquezas que nos unen como dones del único Señor en virtud del único Bautismo: desde la oración hasta la escucha de la Palabra y a la experiencia del recíproco amor en Cristo, desde el testimonio del Evangelio al servicio de los pobres y marginados, desde el compromiso por una vida social justa y solidaria a aquel por la paz y el bien común.
116. Se debe constatar con alegría el hecho que el diálogo ecuménico ha llegado en estos años a reconocer en la sinodalidad una dimensión reveladora de la naturaleza de la Iglesia y constitutiva de su unidad en la multiplicidad de sus expresiones. Se trata de la convergencia en la noción de la Iglesia como koinonía, que se realiza en cada Iglesia local y en su relación con las otras Iglesias, mediante específicas estructuras y procesos sinodales.
En el diálogo entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, el reciente Documento de Chieti afirma que la comunión eclesial, hundiendo sus raíces en la Santísima Trinidad[160], ha desarrollado en el primer milenio, en Oriente y en Occidente, «estructuras de sinodalidad inseparablemente ligadas con el primado»[161], cuya herencia teológica y canónica «constituye la referencia necesaria (…) para curar la herida de su división al comienzo del tercer milenio»[162].
El documento de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias The Church. Towards a Common Vision subraya que «bajo la guía del Espíritu Santo, toda la Iglesia es sinodal/conciliar, en todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. La sinodalidad o conciliaridad refleja el misterio de la vida trinitaria de Dios, y las estructuras de la Iglesia la expresan con el fin de realizar la vita de la comunidad como comunión»[163].
117. El consenso en esta visión de la Iglesia permite focalizar la atención, con serenidad y objetividad, sobre los importantes nudos teológicos que aún quedan por desatar. Se trata, en primer lugar, de la cuestión que concierne a la relación entre la participación en la vida sinodal de todos los bautizados, en los que el Espíritu de Cristo suscita y alimenta el sensus fidei y la consiguiente competencia y responsabilidad en el discernimiento de la misión, y la autoridad propia de los Pastores, derivada de un específico carisma conferido sacramentalmente; y, en segundo lugar, de la interpretación de la comunión entre las Iglesias locales y la Iglesia universal expresada mediante la comunión entre sus Pastores con el Obispo de Roma, con la determinación de cuanto pertenece a la legítima pluralidad de las formas en las que se expresa la fe en las diversas culturas y de cuanto pertenece a su identidad perenne y a su unidad católica.
En este contexto, la actuación de la vida sinodal y la profundización de su significado teológico constituyen un desafío y una oportunidad de gran relieve en la prosecución del camino ecuménico. En efecto, es en el horizonte de la sinodalidad que, con fidelidad creativa al depositum fidei y en coherencia con el criterio de la hierarchia veritatum[164], es promisorio aquel «intercambio de dones» con el que es posible enriquecerse mutuamente en el camino hacia la unidad como armonía reconciliada de las inagotables riquezas del misterio di Cristo que se reflejan en la belleza del rostro de la Iglesia.
4.5. Sinodalidad y diaconía social
118. El Pueblo de Dios camina en la historia para compartir con todos la levadura, la sal, la luz del Evangelio. Por eso, «La evangelización también implica un camino de diálogo»[165] en compañía con hermanos y hermanas de las diversas religiones, convicciones y culturas que buscan la verdad y se empeñan en construir la justicia, para abrir el corazón y la mente de todos con el fin de que reconozcan la presencia de Cristo que camina a nuestro lado. Las iniciativas de encuentro, diálogo y colaboración se acreditan como etapas preciosas en esta peregrinación común y el camino sinodal del Pueblo de Dios se revela como escuela de vida para adquirir el ethos necesario para practicar el diálogo con todos, sin irenismos ni compromisos. Hoy, que la toma de conciencia de la interdependencia entre los pueblos obliga a pensar el mundo como la casa común, la Iglesia está llamada a manifestar que la catolicidad que la cualifica y la sinodalidad en la que se expresa son fermento de unidad en la diversidad y de comunión en la libertad. Esta es una contribución de relieve fundamental que la vida y la conversión sinodal del Pueblo de Dios puede ofrecer para la promoción de una cultura del encuentro y de la solidaridad, del respeto y del diálogo, de la inclusión y de la integración, de la gratitud y de la gratuidad.
119. La vida sinodal de la Iglesia se ofrece, en particular, como diaconía en la promoción de una vida social, económica y política de los pueblos bajo el signo de la justicia, la solidaridad y la paz. «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres»[166]. La práctica del diálogo y la búsqueda de soluciones compartidas y eficaces en quien se empeña en construir la paz y la justicia son una absoluta prioridad en una situación de crisis estructural de los procedimientos de participación democrática y de desconfianza en sus principios y valores inspirativos, por el peligro de que se deriven en autoritarismo y tecnocracia. En este contexto, hay un compromiso prioritario y un criterio en cada acción social del Pueblo de Dios: es el imperativo de «escuchartanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres»[167], reclamando con urgencia, en la determinación de las opciones y proyectos de la sociedad, el puesto y el rol privilegiado de los pobres, la destinación universal de los bienes, el primado de la solidaridad, el cuidado de la casa común.
CONCLUSIÓN
CAMINAR JUNTOS EN LA PARRESÍA DEL ESPÍRITU
120. «Caminar juntos –enseña el Papa Francisco– es el camino constitutivo de la Iglesia; lafiguraque nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido. Respiración y paso sinodal revelan lo que somos y el dinamismo de comunión que anima nuestras decisiones. Solo en este horizonte podemos renovar realmente nuestra pastoral y adecuarla a la misión de la Iglesia en el mundo de hoy; solo así podemos afrontar la complejidad de este tiempo, agradecidos por el recorrido realizado y decididos a continuarlo con parresía»[168].
121. La parresía en el Espíritu que se pide al Pueblo de Dios en el camino sinodal es la confianza, la franqueza y el valor «para entrar en la amplitud del horizonte de Dios» para «asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y por ello la humanidad no está destinada al extravío y al desconcierto»[169]. La experiencia vivida y perseverante de la sinodalidad es para el Pueblo de Dios fuente de la alegría prometida por Jesús, fermento de vida nueva, pista de lanzamiento para una nueva fase de compromiso misionero.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, que «reunía a los discípulos para invocar al Espíritu Santo (Hch1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés»[170], acompañe la peregrinación sinodal del Pueblo de Dios, indicando la meta y enseñando el estilo hermoso, tierno y fuerte de esta nueva etapa de la evangelización.
[130] Concilio Ecuménico Vaticano II, Dec. Unitatis redintegratio, 6.
[131] Cfr. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 25-33. AAS 105 (2013) 1030-1034; V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo de Aparecida, 365-372.
[132] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 102. AAS 105 (2013) 1062-1063.
[133] Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. dog. Lumen gentium, I, 1. «En su peregrinar por este mundo, la Iglesia, una y santa, se ha caracterizado constantemente por una tensión, muchas veces dolorosa, hacia la unidad efectiva (…) El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve, como tal vez nunca se había hecho, esta dimensión de la Iglesia como misterio y comunión»: Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor», 2 de febrero de 1994, 9.
[134] Cfr. San Juan Pablo II, Carta Ap. Novo millennio ineunte; AAS 93 (2001) 297.
[137] Cfr. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 64 y 77. AAS 105 (2013) 1047 y 1052.
[138] Comisión Teológica Internacional, El “sensus fidei” en la vida de la Iglesia (n. 90).
[139] San Juan Pablo II, Carta Ap. Novo millennio ineunte; AAS 93 (2001) 297.
[140] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 24.
[141] San Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, 40. AAS 95 (2003) 460.
[142] San Agustín, Regla, I, 3, PL 32, 1378.
[143] Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos; AAS 107 (2015) 1140.
[144] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 228. AAS 105 (2013) 1113.
[145] Francisco, Enc. Lumen fidei; 29 de junio de 2013; 27. AAS 105 (2013) 571.
[146] Beato Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964, 31. AAS 56 (1964) 644.
[149] Benedicto XVI, Enc. Caritas in Veritate; 29 de junio de 2009; 4. AAS 101 (2009) 643.
[150] Cfr. San Benito de Nursia, Regla, 72,6.
[151] San Juan Pablo II, Convegno ecclesiale di Palermo 1995, publicado en la nota pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana, Con il dono della carità dentro la storia, 1996, n. 32.
[152] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. dog. Dei Verbum, I, 4.
[153] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 4, 11.
[154] Cfr. San Juan Pablo II, Ex. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992, 10.AAS82 (1992), 672.
[155] Francisco, Discurso durante el encuentro para la familia, 4 de octubre de 2014. AAS 106 (2014) 831.
[156] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium 154. AAS 105 (2013) 1084.
[157] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. dog. Lumen gentium, 8.
[159] Concilio Ecuménico Vaticano II, Dec. Unitatis redintegratio, 3.
[160] Cfr. Joint International Commission for Theological Dialogue between the Roman Catholic Church and the Orthodox Church, Synodality and Primacy during the First Millenium: towards a common understanding in service to the unity of the Church, Chieti, 21 settembre 2016, 1.
[161] Ibid., 20.
[162] Ibid., 21.
[163] Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias, La Chiesa: verso una visione comune (2013) 53.
[164] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Dec. Unitatis redintegratio, 11c.
[165] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium 238. AAS 105 (2013) 1116.
[166] Pontificio Consejo «Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 2 de abril de 2004, 52; cfr. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium 178. AAS 105 (2013) 1094.
[167] Cfr. Francisco, Enc. sobre el cuidado de la casa común Laudato sì, 24 de mayo de 2015, 49. AAS 107 (2015) 866.
[168] Francisco, Discurso en la apertura de los trabajos de la 70 Asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana,22 de mayo de 2017.
[169] Francisco, Discurso a la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014.
[170] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium 284. AAS 105 (2013) 1134.